martes, 6 de marzo de 2018

EL TERGIVERSADO Y DIABÓLICO AMOR DE GUILLERMO DEL TORO EN LA FORMA DEL AGUA.

Por Javier Oteka

La estética de la monstruosidad no es un invento de Del Toro. Está presente en la narrativa de las más antiguas mitologías y profecías. La diferencia es que Del Toro, mediante sus pactos, le ha abierto las puertas de su expresión al diablo, quien disuelve, en conmovedora pero sólo aparente belleza, la frontera entre el bien y el mal.

Diametralmente distinto es el tratamiento de la bestia en el Apocalipsis de san Juan, que el del monstruo anfibio de La Forma del Agua de Del Toro. Motivado por el espíritu de las tinieblas, Del Toro tergiversa el orden de la creación, pretendiendo con gigantesca soberbia recomponer el diseño de Dios.

Con su estética de la monstruosidad busca conmover y convencer al mundo de la "belleza y la bondad" del demonio. 

La revelación nos dice que Luzbel, después Lucifer, era el ángel más bello creado por Dios, pero que por su propio albedrío, quiso ser como Dios y someter a él la creación del Artista supremo. Del Toro quiere borrar de un plumazo la realidad de la caída (que el maestro Wim Wenders comprende con lucidez), y presentar lo monstruoso, lo representativo del mal, como bello y bueno.

Para Del Toro, auto instituido en el artífice de su propia creación, el demonio -o sea su monstruo- no es el malo, sino los hombres, por lo menos algunos de ellos. Para este cineasta, quien salva es el demonio disfrazado de monstruo anfibio humanoide, un dios "fundamental" capturado en el Amazonas (símbolo de un infierno en la Tierra, paraíso de la magia negra y la brujería). Esto lo sitúa en medio del campo de las religiones. 


Del Toro seguramente sabe de la fortuna que acumuló Tom Cruise con su pseudo iglesia de la Cienciología. Hubbard, su fundador y creador de la dianética, dijo: "Quiero instituir una religión, ahí es donde está el dinero". 

Y la de Del Toro es otra más de las religiones del new age y la posverdad que hoy está volviéndose objeto de culto de su fanaticada, con el apoyo económico del murciélago trasnacional que ha adoptado a su tequila entre sus marcas, para fortalecer el sustento mundano de esta tergiversada idolatría. De ahí que el mexicano expatriado y anglo transculturizado, invierta tanto en que se le reconozca una mexicanidad que no tiene su obra

Estos negociantes conocen perfectamente las artes y las ciencias de la manipulación, saben que detrás de un fanático siempre se esconde un "yo" frustrado, tal y como lo estudia Federico Javaloy Mazón en su tesis doctoral Psicología del Fanatismo.


Del Toro declara que su película La Forma del Agua nos presenta una historia de amor. Pero, en la lógica de signos que componen su lenguaje, no se trata realmente de un amor, quizá sí de una compasión por el engendro atrapado y sufriente, como el demonio sometido en ese periodo de los mil años que relata el Apocalipsis y que, acaso, a la ninfómana y parafílica Elisa Esposito le urge desatar.

El que ilustra Del Toro es la apariencia de un amor, uno tergiversado, que para justificarse debe encarnar en una parafilia, una perversión que los psiquiatras de hoy han deslactosado en el lenguaje de su catálogo de enfermedades mentales.



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Una nota de Ulises Castañeda en La Crónica de Hoy:

http://www.cronica.com.mx/notas/2018/1068155.html